Querida hija, amiga y compañera. Te encontraron y te trajeron a mí porque sabían que cuido animales. Nunca quise tener un pájaro, ya que merecen vivir libres. Te improntaste conmigo cuando todos decían que era muy difícil improntarse tras tiempo de salir del nido. Te enseñé a volar, a comer, a cantar. Me enseñaste tu lengua, tus comportamientos, tu forma de ver la vida. Juntos nos apoyamos y estuvimos en los mejores y peores momentos. Siempre en mi hombro, siempre en mi cabeza. Siempre piando volviéndome loco. Pero siempre conmigo. Nunca te quisiste ir. Cuando intenté llevarte a un centro de recuperación de la naturaleza me dijeron que era imposible si estabas hecha a mí. Me equivoqué y te pido perdón por no saber que te quitaría la libertad. Pero a cambio te di una vida llena de cariño, de veterinarios de primer nivel, de la mejor comida, de mi dedicación. Maldito día en que quisiste poner un huevo tras cinco años pensando que eras estéril. Maldito esfuerzo. Pese a tu ala torcida congénita, pese a tu supuesta esterilidad, pese a tus otras carencias por las cuales seguramente te echaron del nido, conmigo creciste y te hiciste fuerte hasta que te tropezaste con el desafío de poner un huevo. Nunca creí que un ser tan pequeñito pudiese dejar este vacío tan grande y este dolor tan inmenso. Espero que este dolor pronto se transforme en fuerza y en un recuerdo tierno y que para siempre vueles libre y píes fuerte en mi corazón. Te necesito y te echo de menos, pero algún día volveremos a estar juntos.